jueves, 26 de mayo de 2011

De frente: ¡Ar!





Emociona ver, en estos días de depresión postelectoral, las grandes avenidas de nuestra ciudad, Málaga, invadidas de banderitas españolas constitucionales, colgadas de palmeras, postes de teléfono, farolas o cualquier otro tipo de soporte útil a tal fin, acompañadas de marchas militares en pruebas a través de modernos altavoces, que acallan los molestos trinos de los gorriones en los parques; habitualmente menos potentes, con menos ritmo y poco o nada marciales. Más emocionante aún será ver esas mismas avenidas, los próximos días 28 y 29 de mayo, día –o días– de las Fuerzas Armadas, llenas de tanques, vehículos militares y soldados desfilando dispuestos a dar hasta la última gota de su sangre por la patria. Como los pollos antes de llegar al supermercado para alimentarnos, o como los civiles, cuando son llamados a la fuerza por haberse agotado ya la de los profesionales, para ser enviados a tomar una cota inaccesible repleta de enemigos de esa misma patria, dejándose allí sus últimos glóbulos rojos.

Durante estos dos días nuestras Fuerzas Armadas se acercarán a la calle, para mostrarnos todo su poderío y sus uniformes relucientes. Como afirma su campaña publicitaria: “Cada día y cada noche trabajamos por tu seguridad en misiones de mucho riesgo”, opina un capitán a las 13:25 h. de un día cualquiera desde un puesto avanzado en Afganistán. Y es cierto que en estos últimos años, muchos de ellos han fallecido en acto de servicio. La mayoría en accidente de tráfico militar y el resto por accidente laboral, aunque sin duda es mucho más seguro ese tráfico que el civil, por ir más despacio, con vehículos nuevos mejor preparados y no consumir alcohol ni estupefacientes. En cuanto a los accidentes laborales, se han reducido sensiblemente gracias a una mayor prevención y seguridad en el trabajo militar, muy superior a la de –por ejemplo– los obreros de la construcción, que ya están empezando a tomar nota poniéndose los cascos, así como los automovilistas los cinturones de seguridad. De ahí que por cada militar muerto en acto de servicio, tanto por una como por otra causa, mueran miles de civiles, a los que imponer medallas sería como colocar pegatinas, debido a la enorme tirada necesaria y al coste que llevaría aparejado en concepto de pensión complementaria a sus familias. Inasumible para cualquier economía en crisis y pacífica como la nuestra. En cuanto a las muertes debidas al fuego cruzado, comparadas con las de civiles, también son insignificantes gracias a esa mayor conciencia de la seguridad. Los civiles salen continuamente a por agua, sin mirar al cruzar la calle por si hay algún francotirador defendiendo el derecho a ese bien escaso, o cae un misil defensivo del cielo. Los militares, no. Prefieren pasar sed, no quitarse el casco aunque haga un calor abrasador y estar siempre ojo avizor mirando a todos lados. Por ello, podemos afirmar sin riesgo a equivocarnos, que hoy por hoy es más seguro pertenecer a las Fuerzas Armadas que estar parado.

Nuestros poderes públicos, tienen además la obligación de mantenerles contentos y estarles agradecidos para que no se voten a si mismos. A los ciudadanos no es necesario, porque si no lo están, siempre podrán cambiar su intención de voto y votar al de enfrente para que nada cambie. Si esto no fuera así y hubiera descontento, las Fuerzas Armadas no tendrían más remedio que recurrir al golpe de estado justificado, como ya ha ocurrido en muchas ocasiones desde los romanos: por culpa de los políticos y de la mala praxis de la democracia. Aunque esta, más tarde o más temprano siempre ha sido restituida por esos mismos militares que la secuestraron, que solo desean el poder temporalmente para devolverlo otra vez a otros gobernantes más serios, después de una limpieza a conciencia del pueblo.
Hay algo que les une a todos ellos a través de los tiempos, tanto a las legiones romanas que decoraban las avenidas por las que desfilaban con crucificados (habitualmente enemigos de Roma o cristianos), como a los desfiles delante de el Kremlin en la época esplendorosa de Stalin o Breznev, los paseos con misiles tierra-tierra por el malecón de La Habana en honor a Castro y su Revolución Permanente, los de la Legión con la cabra al frente en el Desfile de la Victoria, o las exhibiciones aéreas acrobáticas de nuestras democracias tolerantes. Ese espíritu que les une a todos ellos, es la permanencia en la obediencia ciega a sus mandos superiores, con razón o sin ella, y las técnicas de defensa –originariamente de ataque–, perfeccionadas a lo largo de los siglos. Y todo ello sin acudir a las urnas, como la Iglesia, que por ello permanece intacta el mismo número de siglos.

Para cumplir las restricciones energéticas y normas sobre el ruido impuestas por la Comunidad Económica Europea, en esta ocasión los tanques y los aviones van a reducir su velocidad de desfile y defensa en un 15%. Reducción muy superior al 8,34% aplicado a la velocidad en la autopistas –de 120 a 110 km/h– para los vehículos civiles. Los soldados y sus mandos intermedios relantizarán también el paso en los desfiles, pasando del paso de la oca al del pato, sensiblemente más corto, mientras que los mandos supremos de esas Fuerzas Armadas permanecerán inmóviles en las tribunas, más aún que antes, porque los militares siempre van por delante en el ahorro energético y de vidas humanas. Con estas medidas se espera tranquilizar a los mercados, cara a la próxima emisión de deuda pública que sirva para sufragar estos desfiles tan necesarios para la profundización en la Democracia. Hacen bien hoy en día los modernos ministros de Defensa –en el pasado llamados ministros de la Guerra–, en dejar a un lado sus tonterías pacifistas y hippies trasnochadas –ya no hay que hacer el amor, porque ya no se hace la guerra– hermanándose con el ejército e imponiéndole medallas para que siga quieto y a la defensiva. Al mismo tiempo, para que el pueblo no se quede al margen, se han habilitado espacios señalizados para una cómoda visualización del espectáculo, con asientos, bocadillos y agua para los mayores y caramelos y banderines para los niños, que deberán agitar al paso de nuestras tropas.

A punto de concluir estas líneas, un F-nosécuantos en pruebas, ha pasado rasante sobre mi casa con gran estruendo, haciendo temblar mi corazón de gorrión y los cristales de las ventanas, mientras mi cabeza –de gorrión también– agradece que estas máquinas hayan sido creadas para el espectáculo y la defensa y no para la guerra y el ataque, como afirman los ahora ministros de Defensa, llamados erróneamente en el pasado ministros de la Guerra.


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